Los indicadores muestran que el descenso asociado a la pandemia fue puntual y no arrojará efectos estructurales. El camino es otro: mejoras progresivas a base de eficiencia, sin restricciones y con libertad....
El Banco de España ha publicado un interesante informe en el que evalúa el comportamiento de las emisiones de CO2 en la Unión Europea a lo largo de 2020. Según indican los tres autores del trabajo (María de los Llanos Matea, Aitor Lacuesta y Darío Serrano-Puente), las restricciones sanitarias asociadas a la pandemia del coronavirus tuvieron el efecto de reducir significativamente estas emisiones.
Para ser exactos, “en el conjunto de 2020, las emisiones de CO2 en España se redujeron un 17,4% . Esta caída, que también se observó en la Unión Europea (UE) y a escala global, con caídas de las emisiones del 10,4% y del 6,2%, respectivamente, fue consecuencia de los efectos que las medidas desplegadas para contener la pandemia del covid-19, que tuvieron un impacto directo sobre la actividad económica, en general, y determinados sectores como el transporte, en particular”.
La caída de las emisiones de CO2 en España “se concentró en la segunda mitad de marzo y en abril, cuando se declaró el primer estado de alarma (el 14 de marzo) y se introdujeron las restricciones más severas sobre la movilidad de las personas y la actividad de ciertos sectores. A partir de entonces, la relajación gradual de estas medidas de contención supuso un incremento también paulatino en el volumen de emisiones, si bien dicho volumen aún no ha recuperado los niveles previos a la crisis”.
En clave sectorial, “las mayores reducciones en las emisiones de CO2 se produjeron en el transporte aéreo, tanto internacional como nacional. Esta circunstancia, que también se aprecia en el conjunto de la UE-28, resulta coherente con el acusado descenso en los niveles de actividad que este sector ha registrado desde el comienzo de la pandemia, fundamentalmente como consecuencia de las limitaciones impuestas sobre la movilidad y de la disminución voluntaria de los desplazamientos. Por su parte, las emisiones de CO2 vinculadas al sector del transporte terrestre y a la industria también se redujeron muy significativamente en las fases iniciales de la pandemia —en el caso del transporte terrestre, de forma algo más intensa que en la UE—, pero, a diferencia de lo observado en el sector del transporte aéreo, ya habrían recuperado niveles similares a los anteriores a la crisis sanitaria. Frente a estas dinámicas, el volumen de emisiones de dióxido de carbono en el sector residencial no mostró desviaciones interanuales reseñables en 2020, mientras que, en el sector energético, las emisiones durante prácticamente todo el pasado año —incluso con anterioridad a la pandemia— fueron inferiores a las de 2019 (registraron una caída anual en promedio del 22%)”.
En los próximos años, la UE se ha comprometido a impulsar una fuerte caída de las emisiones de CO2, en el marco de su estrategia climática. España ha ido más allá en sus compromisos, fijando objetivos más tempranos en relación con la caída de estas emisiones, el desarrollo de nuevas fuentes de energía renovable o el aumento de la eficiencia energética. El Banco de España destaca que “la consecución de estos objetivos exigirá cambios muy profundos en los patrones de comportamiento de los agentes y en el modelo de crecimiento actual”.
Aunque estamos ante “una transformación estructural que debería verse favorecida por la implementación en los próximos años del programa NGEU”, no podemos obviar que la experiencia de 2020 pone de manifiesto que la adopción de medidas restrictivas tiene costes muy elevados en términos de producción económica y bienestar social.
Los autores recalcan la importancia de medir “qué factores han condicionado la evolución de las emisiones de CO2 en España en las últimas décadas”. En este sentido, “entre 2007 y 2018, el incremento de las renovables en el conjunto de fuentes de energía primaria fue uno de los factores que más contribuyó a la reducción que se produjo en España en las emisiones de CO2 asociadas al consumo de energía final”. Para ser precisos, favoreció una caída del 19%, frente a la disminución del 11% registrado en la UE. También contribuyeron de forma importante a esta reducción “los cambios que se produjeron en la composición sectorial de nuestra economía entre 2007 y 2018, en línea, por ejemplo, con un mayor grado de terciarización de la actividad”. En sentido contrario, y a diferencia de lo ocurrido en la UE, “entre 2007 y 2018 destaca la escasa mejora de España en términos de eficiencia energética. Según la evidencia facilitada en el Plan Nacional de Acción de Eficiencia Energética 2017-2020, del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, este fenómeno no estaría ligado necesariamente a disponer de unos equipos poco eficientes técnicamente, sino que, en parte, se debería a una cierta infrautilización de estos durante la década que siguió a la crisis financiera global. En este sentido, en períodos de menor actividad económica, la energía consumida por los diferentes sectores no disminuiría proporcionalmente con la actividad, ya que dichos equipos, a pesar de operar por debajo de su capacidad, seguirían consumiendo un término fijo de energía relativamente elevado”.
Al contrario de lo sucedido en 2020, una mejora en estos frentes puede propiciar reducciones estructurales en las emisiones de CO2. Es importante, no obstante, que el cambio se produzca apostando por incrementar la producción económica y mejorar el bienestar social, puesto que los experimentos de 2020 demuestran que las caídas basadas en reducir las emisiones se producen a costa de sacrificar la prosperidad, al contrario de lo observado en las décadas anteriores, cuando España y la Unión Europea redujeron sus emisiones de gases de efecto invernadero sin renunciar al crecimiento o al desarrollo.
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