Es probable que hayas oído hablar, conozcas, e incluso tengas una buena opinión, sobre el Pacto de París, pero ¿sabes realmente en qué consiste?...
Hace alrededor de unos 350 millones de años la Tierra estaba cubierta por plantas y árboles que transformaban el dióxido de carbono existente en el aire en oxígeno y carbohidratos. Esta vegetación fue desapareciendo y se convirtió en grandes capas de materia orgánica soterrada. Esta materia, a través de procesos de transformación – como aumento de presión o temperatura – dió lugar a sustancias de gran contenido energético llamadas hidrocarburos o combustibles fósiles.
En 1882 Thomas Edison inaugura la primera central eléctrica de carbón centralizada del mundo; y durante los 100 años siguientes los combustibles fósiles trajeron consigo un gran crecimiento e incremento de la calidad de vida, especialmente en Europa y América, donde se utilizaron la mayoría de estos combustibles, aunque ya han dejado de ser sus principales consumidores.
Décadas después comenzaron a propagarse los beneficios de estos fósiles; el mundo cada vez consumía, y consume, más. A simple vista esto parece algo bueno para la mayor parte del mundo; si no fuese porque todo ese CO2 que estuvo atrapado durante años en combustibles fósiles comienza a liberarse. El problema recae en que el CO2 permite el paso de la luz visible a través de él sin ningún problema, pero las radiaciones infrarrojas que devuelve la Tierra no pasan a través de él; se quedan “atrapadas”. Esto deriva en que la atmósfera terrestre y los océanos empiezan a cargarse de energía y, poco a poco, el clima comienza a cambiar.
Sin embargo, mientras tanto, los combustibles fósiles nos han ido permitido hacer cosas bonitas y geniales como incrementar la calidad de vida o darnos cuenta de que es fundamental un clima estable para la agricultura y para la infraestructura de la costa (sobre todo, en ciudades donde vive una gran cantidad de población).
Volviendo a 2015, ese año 270 países se reunieron en París con un objetivo; mantener por debajo de 2°C el incremento de la temperatura global del planeta y hacer esfuerzos para limitarlo a 1,5°C. El problema se presenta cuando ningún país por sí mismo puede manejar esta situación, ya que incluso Estados Unidos y China, siendo los mayores contribuyentes en emisiones de gases de efecto invernadero (seguidos por la Unión Europea), no representan ni la mitad del esfuerzo que debe realizarse para un posible cambio. Todo el mundo tiene que estar de acuerdo en realizar un esfuerzo común porque, en caso contrario, nadie podrá beneficiarse. Asimismo, si cualquier país siguiera utilizando estas energías contaminantes, sería más competitivo industrialmente; por lo que todos los países acordaron aprobar este punto, o en caso contrario, el pacto sería inútil.
La peor parte se la llevan los países pobres; aunque en proporción generan pocos gases de efecto invernadero, son los que presenciarán más los efectos del CO2 liberado por los países ricos ya que tienen menos acceso agua potable, alimentos o medicamentos y, además, poseen una infraestructura más frágil. Por este motivo, se hace difícil convencer a estos países que no se desarrollen de la misma forma en la que lo hemos hecho los países ricos, usando tecnologías y energías contaminantes.
Con la ayuda de expertos científicos, los países determinaron conjuntamente la urgencia de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para alcanzar el objetivo. Después, dependiendo por ejemplo del desarrollo de cada país, de su población o de sus emisiones de gases, se comparten responsabilidades. Al final, cada país determino su propio objetivo, aunque sin ninguna norma de aplicación. Los pocos países que durante los últimos 100 años se han podido beneficiar de las emisiones de CO2 incluso han prestado millones de dólares para ayudar a países que no lo habían hecho, con el fin de ayudarlos a crecer sin tanta dependencia de los combustibles fósiles. Cada país buscó su propio camino y se volvió “responsable” para alcanzar sus objetivos; bien sea a través de la eficiencia energética, de la energía renovable, de la regulación de empresas, concienciando a las personas a través de la educción o poniendo fin a las ayudas a los combustibles fósiles.
Ahora bien, el pacto es una inversión y por lo tanto, tiene costes. Pero ¿sabemos exactamente cuál es ese coste? No. No tenemos ni idea de cuál será el resultado, ni cuánto mejoraremos si conseguimos mantener el promedio del calentamiento global por debajo de 2ºC. Ni siquiera sabemos cuánto tenemos que disminuir las emisiones de gases efecto invernadero para lograr ese objetivo.
La pregunta es: ¿qué pasa si los países no cumplen su objetivo? ¿están todos los objetivos encaminados a reducir el CO2? ¿Quién ha determinado que la temperatura actual es la ideal?
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