El martes 25 de mayo de 2021, la presidente de la Comisión de Igualdad del Parlamento Europeo expulsó de la sala de reuniones a toda una miembro del Parlamento Europeo por no llevar mascarilla...
Hasta ahí, podría tratarse de un mero acto ejecutivo de cumplimiento de las correspondientes reglas de orden. No obstante, los detalles del caso sirven para comprender que, en realidad, se trata de un ejemplo de injusticia supina perpetrado en la mismísima casa de la democracia europea.
Y, sobre todo, de un paradigma del título de este artículo. Y es que, como dice Héctor Zagal, todos llevamos un inquisidor dentro.
Vaya por delante que la pandemia provocada por el coronavirus lleva acumuladas, hasta ahora, más de 167 millones de personas infectadas y tres millones largos de fallecidos en todo el mundo, en alrededor de un año y medio. El número de muertes por esta causa se estima para 2020, el primer año de la pandemia, en1,8 millones de personas, aproximadamente tres veces más que una gripe “normal”. Es, por tanto, no sólo comprensible, sino también necesario, que por parte de las autoridades se adopten cuantas medidas sean necesarias para prevenir el contagio.
También resulta comprensible que las personas de a pie estemos precavidas y procuremos aportar nuestro grano de arena para evitar contagios, cumpliendo las medidas impuestas. Y más aún los representantes del pueblo, como son los miembros del Parlamento Europeo.
Lamentablemente, algunas personas aprovechan cualquier ocasión para demostrar su soberbia, prepotencia, arrogancia y supuesta superioridad moral, a través de formas quizá suaves en la superficie pero, desde luego, paternalistas e inquisitoriales en el fondo.
Tengo que reconocer que desconozco la literalidad de las normas que rijan el uso de las mascarillas dentro de las instalaciones del Parlamento Europeo, pero entiendo que no deben de ser muy distintas a lasque están vigentes en España, que sí conozco bien (véase la segunda parte de este artículo).
No obstante, sí sé que las normas jurídicas deben interpretarse, entre otros aspectos, según su contexto, así como según su espíritu y finalidad. Esto supone la necesaria aplicación de los principios de proporcionalidad y equidad.
Según puede observarse en la grabación de lo ocurrido, los hechos transcurrieron de la forma siguiente: la presidente de la Comisión de Igualdad se dirigió a una de los miembros solicitando que abandonara la sala o se pusiera una mascarilla, añadiendo que podía seguir y participar en la sesión de forma remota. Lo alucinante es que la propia presidente ¡no llevaba mascarilla! [no se me ocurre una manera más clara de enfatizar la incoherencia de la antagonista de esta historia que los signos de exclamación] mientras realizaba esas indicaciones.
Al momento, otra miembro de la comisión (ésta sí con la máscara puesta) expresó su desacuerdo con las admoniciones de la presidente, observando además que ésta no había llevado la mascarilla en ningún momento de la reunión, lo que suponía un claro abuso de poder, en especial porque la parlamentaria increpada tiene una discapacidad
A lo que la presidente, en un tono paternalista y “muy despacio, para que se entienda bien”, exigió respeto de “aquellos que llevan mascarilla a todos los demás”. Y, con base en un escrito que el Presidente del Parlamento Europeo habría dirigido a la increpada y a pesar de su justificante médico, expulsó de la sala a la protagonista de esta historia, con su discapacidad y todo. Repito: sin llevar ella misma mascarilla.
Una cuarta miembro de la comisión expresó que no se sentía segura teniendo en la sala a alguien sin mascarilla. Pero lo curioso es que no se refería a la presidente, sino sólo a la parlamentaria discapacitada.
La presidente todavía añadió que los presidentes de las sesiones están exentos de llevar mascarilla durante las reuniones, precisamente porque las dirigen “a lo largo de toda la sesión”. Y añado yo que todo el mundo sabe y está médicamente demostrado que, si las sesiones son largas, entonces los presidentes no contagian…
Recordemos que todo esto se produce en el seno de la Comisión de Igualdad. Como dejó escrito George Orwell, todos somos iguales, pero unos más que otros…
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