El desequilibrio en las relaciones comerciales entre China y la Unión Europea necesita encontrar una nueva armonía para que se puedan mantener los intereses de ambas partes sin condicionar su propia naturaleza y particularidad....
El crecimiento de China y su economía en las últimas décadas ha abierto una nueva realidad para el comercio mundial y las maneras en las que las grandes economías del mundo interactúan entre ellas. El surgimiento del gigante asiático en un contexto de libre mercado y democracia ha supuesto no solo un conflicto, sino una incógnita para los poderes que, hasta hace poco, se situaban en la cima de la pirámide de la hegemonía mundial. Como tal, China ha irrumpido en el orden comercial imperante dejando a los países de la Unión Europea en el foco de atención mientras tratan de lidiar con esta nueva presencia. Frente a esta realidad sin precedentes, donde la interdependencia parece ser cada vez más necesaria, se debe encontrar un nuevo equilibrio con las instituciones de la UE si se quiere mantener y proteger el crecimiento económico.
La fuerza económica de China se funda en el bajo coste de producción de finales del siglo XX que atrajo inversiones extranjeras y permitió que el país construyera una infraestructura y potenciase el desarrollo de su economía. La globalización del comercio que vino con el nuevo siglo, de la mano con el férreo control gubernamental de la economía nacional en la mayoría de sus sectores y empresas fundamentales, permitió que China se convirtiera en uno de los mayores poderes del mundo. En los años de Deng Xiaoping, este crecimiento se mantuvo rigurosamente oculto de las potencias democráticas que dominaban el comercio internacional con el propósito de conseguir estabilidad y capacidad de resiliencia. Hoy, con el despliegue de la dinámica multipolar en el comercio internacional, China ha visto la oportunidad de abrir sus puertas al comercio extranjero y, gradualmente, encabezar la entrada de su economía en la esfera global.
Siguiendo el “Sueño Chino” de encabezar el comercio internacional y alcanzar la estabilidad de su desarrollo, necesita superar el control extranjero y ser puntera en los sectores tecnológicos, teniendo, a la par, relaciones estrechas con otros países que permitan un influjo constante de beneficios. Para seguir el camino que lleve a dicho objetivo, China necesita acceso a mercados diferentes que potencien su propia economía. Este objetivo debe ser alcanzado a través del comercio.
Las relaciones entre los miembros de la Unión Europea y China son responsables de más de mil millones de euros al día, siendo la UE la contribuidora principal de China y China la segunda para la Unión, después de Estados Unidos. Específicamente, entre los años 2000 y 2020, las empresas europeas han invertido alrededor de 140 miles de millones de euros en China, y las empresas chinas alrededor de 117 miles de millones de euros en los países de la UE. En este sentido, las dinámicas de China con los Estados Miembros se han basado en la firma de acuerdos bilaterales con cada país con el que tiene interés. A través de estos acuerdos y de las acciones de empresas privadas respaldadas o controladas por el gobierno chino, el país asiático ha ido estrechando lazos con esas economías, adquiriendo control de sectores fundamentales.
China vio la oportunidad de acceder a estas áreas de interés en el mercado europeo durante la privatización que se dio después de la crisis de 2008 y, desde 2016, ha ido comprando empresas de tecnología en sectores prioritarios, ganando influencia en áreas como la energía, servicios públicos, transporte y comunicación. Esto ha alcanzado unas grandes dimensiones, realidad que se demuestra por el hecho de que más del 90% de la inversión directa china se basa en adquisiciones.
Siendo Europa el principal aliado comercial de China, y siendo el comercio marítimo alrededor del 80% del comercio mundial, China tiene un gran interés en la compra de infraestructuras de transporte en Europa que interconecten sus rutas. Este es el caso del puerto del Pireo en Grecia, donde China ha comprado el mayor porcentaje de sus acciones y ejerce su control. Con el paso de los años, China también ha comprado participaciones en los puertos de Rotterdam, Amberes, Zeebrugge, Bilbao, Valencia, Marsella… Ha comprado también empresas del sector tecnológico en Alemania e instalaciones robóticas en el norte de Europa.
En esto, vemos que Europa es crucial para el desarrollo del plan chino y para el lugar que quiere ostentar en el mundo. Uno de sus claros objetivos es el de alcanzar la autosuficiencia y crecer en sectores tecnológicos en los que espera prosperar para mantener su desarrollo exponencial. Siguiendo esta estrategia, China también gana influencia política y un círculo de amistades en el ámbito internacional que es crucial para la legitimación de su sistema, siendo de vital importancia dada su competición abierta con Estados Unidos; el comercio con los miembros de la UE es clave no solo por motivos económicos, sino también por motivos geopolíticos.
La expansión de las relaciones comerciales entre los Estados Miembros y China se ha hecho tangible a través de la firma, por parte de 18 países, de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (proyecto iniciado en 2013 que pretende establecer nuevas rutas comerciales en Eurasia con Pequín en su centro). La interdependencia entre ambas partes se está volviendo más profunda y compleja y China está ganando, gradualmente, una mayor influencia y control sobre las economías nacionales de los estados europeos levantando preocupaciones en las instituciones de la Unión.
Estando el mercado de la UE basado en los principios de competición y libre mercado, el control chino de su economía le da una clara ventaja sobre las europeas. Las compañías chinas tienen menos gastos en impuestos, permitiendo presupuestos más grandes para la inversión en mercados extranjeros, gran parte de las cuales acontecen en Europa. Dada la competencia del mercado de la Unión y los precios bajos de China, además del apoyo directo del estado a sus empresas, China tiene una ventaja comparativa sobre los productos y servicios europeos.
Por otro lado, las empresas europeas tienen menos posibilidades en el mercado chino por el hecho de que está controlado por el estado, el cual ha levantado restricciones en ciertos sectores prioritarios prohibiendo el acceso y la inversión extranjera. Esto, de la mano con la falta de transparencia de la economía china, genera un gran desequilibrio entre ambos mercados.
En la Unión Europea, esta realidad ha levantado preocupaciones. Hay un temor creciente al aumento de control chino en sectores de seguridad nacional sobre los que se construye la seguridad europea. La Unión también teme que la creciente presencia económica china se traduzca, con el tiempo, en influencia política, ganando un mayor apoyo los sistemas no-democráticos y convirtiéndose una amenaza indirecta hacia sus ideas e instituciones. Existe además el temor de que la cohesión europea pueda ser mancillada, ya que la sutil presencia del régimen autocrático puede suponer una dificultad a largo plazo irrumpiendo en el consenso necesario para la consecución de objetivos futuros.
Frente a esta situación, la UE está intentando conseguir una convergencia en sus instituciones para, por un lado, regular la presencia china en las economías nacionales, estableciendo límites en las compras de sectores prioritarios y, por otro lado, formar una mayor presencia en el comercio con China para tratar de encontrar un equilibrio que no puede ser garantizado a través de acuerdos bilaterales.
La Unión es consciente de la importancia del comercio con el gigante asiático, pues es fundamental para sus economías (especialmente después de la deterioración de las relaciones con Estados Unidos tras la administración de Trump). De la misma forma, la Unión Europea es primordial para los intereses chinos, y la situación ha levantado preocupaciones de que la Unión imponga medidas proteccionistas.
En los últimos años, se han tomado ciertas precauciones para encontrar dicho equilibrio. La UE ha propuesto medidas internas que limiten la influencia china, como el aumento de regulación para la inversión en sectores estratégicos, la regulación de subsidios nacionales y contratación pública, nueva legislación para prevenir el espionaje industrial y mayor seguridad en infraestructuras cruciales. Mirando hacia China, espera un mayor acceso a su mercado y medidas equitativas que aseguren la justa competición entre empresas, a la par que pretende que cumpla ciertos estándares de desarrollo sostenible, reciprocidad en comercio e inversiones, derechos humanos y transparencia.
De la misma forma, China espera que la UE mantenga la apertura de su mercado y no tome medidas proteccionistas contra sus empresas para proteger sus intereses. Espera que no haya interferencias en sus relaciones comerciales con los Estados Miembros y que no haya intromisión en su sistema gubernamental y realidad nacional. China necesita los beneficios que el comercio europeo brinda, pero también necesita mantener seguros sus sectores prioritarios, teniendo en cuenta que un gran factor en su fuerza económica reside en el control estatal.
Tanto la Unión Europea como China entienden la necesidad de encontrar un equilibrio para seguir beneficiándose de sus relaciones comerciales. China debe estar accesible para negociar y cooperar con los estados europeos a través de las instituciones de la Unión y, para ello, debe respetar su sistema regulatorio y sus intereses comunes. De la misma manera, la Unión debe comprender las particularidades chinas en su sistema económico, permitiendo su naturaleza y funcionamiento, siempre y cuando no interfiera con la interdependencia equilibrada y pacífica que se espera conseguir.
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