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Segunda parte

Milton Friedman y su legado liberal en Europa y el mundo

UFM

Tributo al Premio Nobel de Economía, a partir de su monumental obra como teórico y divulgador de la economía de mercado. ...

En la primera parte de este tributo a Milton Friedman, rescatamos una serie de párrafos del artículo con el que Pedro Schwartz y la Fundación Faes recordaron su paso por Europa y la primera reunión de la Mont Pelerin Society. Llega ahora el turno de conocer cómo esa visita al Viejo Continente lanzó una nueva etapa en su carrera como economista e intelectual de creciente relevancia en la esfera pública.

Tras haber asistido a la reunión fundacional de la MPS, “Milton se mantuvo activo en la escena política, tanto por sus libros de carácter práctico, como por sus artículos de prensa y apariciones en otros medios. También desplegó una labor sistemática de cosejo a prohombres políticos. Su primer libro en defensa de las libertades personales y económicas lo escribió con su esposa, con el título de “Capitalismo y libertad” (1962). El ensayo tuvo un gran éxito de público, pero no de crítica, pues las revistas profesionales de economía silenciaron totalmente su existencia, incluso a pesar de que el texto llevaba 400.000 ejemplares vendidos”.

Schwartz apunta que “una de las tesis de aquel trabajo era que el sistema de libre mercado es el más favorable a las libertades individuales, porque ni siquiera la libertad de pensamiento y expresión podría ejercerse si las editoriales, periódicos, emisoras de radio, cadenas de televisión pertenecieran por entero a la Administración, incluso en un supuesto en que el Estado estuviera dirigido por un Gobierno convencido defensor de esas libertades. En éste y en otros casos, la experiencia histórica indicaba que sólo bajo el capitalismo flore- cían las libertades personales. Del éxito de “Capitalismo y libertad” nació la propuesta de lanzar una serie de televisión llamada Libertad de elegir, que contó con el lanzamiento de su correspondiente libro (1980). Más tarde, publicó con éxito “La tiranía del statu quo” (1984). Su impacto ya era global”.

Friedman también “apoyó o dio consejo a diversos políticos más o menos dispuestos a defender la libertad de mercado. Así, apoyó al candidato Barry Goldwater en la campaña por la Presidencia de los EEUU contra Lyndon B. Johnson. Tanto Milton como su hijo David Friedman lo hicieron con entusiasmo. En aquel entonces era opinión general que era imposible que ninguna persona inteligente y de buena fe pudiera apoyar al candidato conservador (…) Es irónico que uno de los argumentos que inclinaron la balanza en favor de Johnson fuera la representación de Goldwater como un belicista, cuando luego fue Johnson el que sacó de quicio la intervención americana en Vietnam, hasta llevar el país a la frustración y la derrota. Mirando hacia atrás sin ira creo que muchos estarán de acuerdo en que Milton y David Friedman acertaban. Más discutibles fueron los resultados de sus contactos con Nixon. Cuenta Friedman que consiguió convencer al presidente de que suprimiera el servicio militar obligatorio y que, tras cerrar la “ventanilla del oro”, dejara flotar libremente el dólar. Sin embargo, no consiguió que Nixon reformara la ayuda a las familias pobres para que consistiera en entregas en dinero en vez de en especie. Tampoco estuvo en absoluto de acuerdo con la congelación de precios y salarios decretada por el presidente, pues toda su vida, incluso cuando trabajaba como joven economista en la Administración de Roosevelt durante el New Deal, Friedman adoptó la postura de que combatir la inflación congelando precios no servía para mantener el valor del dinero y ponía en peligro el sistema de información e incentivos del mercado. Con la ventaja que nos da ver las cosas a toro pasado, me pregunto si es tan evidente que el servicio militar obligatorio sea tan rechazable cuando la patria está en verdadero peligro, como es el caso de Israel hoy. En lo que estoy plenamente de acuerdo es en que es imprudente suprimir el freno que supone la convertibilidad de la moneda en oro sin imponer al banco emisor una regla como la que Friedman propuso y Nixon no aplicó. Otro presidente al que Friedman ayudó con aún mayor entusiasmo fue Reagan. Lo conoció en 1980. Durante la campaña electoral para la Presidencia entró a formar parte, con otros economistas, de un comité de coordinación que redactó un informe titulado “Estrategia económica para el Gobierno Reagan”. Tras la victoria de Reagan, participó en el “Comité económico asesor del presidente”. Este grupo de expertos económicos influyó decididamente en la firme actitud de Reagan de no aumentar los impuestos para enjugar el creciente déficit público, sino intentar combatirlo con reducciones del gasto. Además, el Comité apoyó al presidente en su postura de dar vía libre a Paul Volcker para que pusiera en práctica en la Reserva Federal una política monetaria muy severa hasta conseguir embridar la inflación, pese al aumento inicial de las cifras de paro: con eso Reagan no sólo pasó por alto su inmediata conveniencia política sino que se enfrentó con el keynesianismo entonces prevalente. Friedman sin embargo no pudo convencer al Gobierno de que se abstuviera de acordar con Japón una reducción voluntaria de la exportación de automóviles japoneses a los EEUU, ni tampoco de que era conveniente que el Tesoro emitiese bonos indiciados a la inflación”.

Según el texto de la Fundación Faes, “la influencia de Milton Friedman en las políticas públicas de su país y del mundo entero fluye de dos fuentes. La primera es la refutación de teorías económicas equivocadas, en especial de las teorías keynesianas, refutación que condujo al cambio de políticas de precios, monetarias, fiscales y laborales en todo el mundo. La segunda es su filosofía individualista y poco propicia al intervencionismo público, de la que nacen sus propuestas de reducir controles estatales, de sustituir las prestaciones sociales por un impuesto negativo sobre el ingreso, de reducir el poder sindical y las barreras a la competencia en el mercado laboral, de liberar el comercio internacional y otras propuestas más directamente políticas”.

“Gran parte de la obra política de Milton Friedman en defensa del capitalismo democrático la escribió en colaboración con Rose, su mujer. En 1962, ella compuso el libro “Capitalismo y libertad” a base de combinar trabajos y artículos que Milton había escrito a lo largo de los años. En 1977, ambos recibieron la oferta de Robert Chitester, director ejecutivo de la televisión PBS, de producir una serie de diez episodios para difundir sus ideas sobre el mercado y la sociedad. Chitester buscó fondos y encontró en Londres, con ayuda de Ralph Harris, del Institute of Economic Affairs, la productora Video Arts y el director Michael Latham, tres aliados que comulgaban con sus ideas. Friedman escribió el guión del programa en plena gira de conferencias internacionales tras la concesión del Premio Nobel de Economía”, apunta el texto.

El propio Pedro Schwartz fue testigo y divulgador de la serie en España: “recuerdo bien la filmación del episodio realizado en Hong Kong, porque mi mujer y yo nos encontrábamos allí para una reunión de la Mont Pelerin Society. Insistió en que se vieran las imágenes de una colonia británica pujante gracias al marco del libre merca- do, contrastada con otras de la pobreza de sus parientes chinos del otro lado de la frontera. Tanto la serie de televisión como el libro resultante fueron un gran éxito. Conseguí para el Instituto de Libre Mercado de Madrid, que yo dirigía, los derechos de versión española. La emitió la segunda cadena de Televisión Española en 1980. Cada película iba seguida de un programa de discusión con expertos de posturas muy diversas. Entre los más refractarios a la plena liberación del mercado se encontraban los enviados por la CEOE y el Instituto de Estudios Económicos. Para ellos, las teorías de Friedman eran demasiado extremosas. Eran los tiempos del Pacto de la Moncloa, de la luna de miel entre empresarios y sindicatos, y de un Gobierno de UCD de talante socialdemócrata. Recuerdo que Mendoza, el primer director del Instituto de Estudios Económicos, nos preguntaba escandalizado por algunas de las recetas de Friedman”.

“Los diez programas de esa producción casi profética criticaban los siguientes puntos:

1.     El desconocimiento de la capacidad de los mercados para organizarse sin dirección ni planificación centralizada.

2.     La tiranía de controles públicos cada vez más extensos.

3.     Los errores de la Reserva Federal, un banco central público, como causantes de la crisis de 1929.

4.     Los efectos contraproducentes de una protección estatal del individuo ‘de la cuna a la tumba’ en el Estado de Bienestar.

5.     La desgraciada sustitución de la propuesta de ‘abrir las carreras al talento sin discriminación’ por el principio igualitario de la ‘igualdad de oportunidades’.

6.     El desastre de la educación pública gratuita.

7.     El engaño de la protección del consumidor, por ejemplo limitando la libre elección de quién nos puede curar y qué medicinas podemos tomar.

8.     El abuso de las normas laborales para crear monopolios sindicales o profesionales, como el de los colegios médicos.

9.     El disimulo de la responsabilidad de los bancos centrales por las alzas generales de precios, culpando de la inflación al recalentamiento de la economía, al crecimiento de los salarios o al aumento de los precios de las materias primas.

10.  La constatación de que los sistemas comunistas y socialistas estaban de capa caída y la sensación de que los vientos empezaban a soplar con fuerza en dirección a la libertad económica y política”.

“Los Friedman supieron hacer ver que el capitalismo democrático ponía a disposición de la Humanidad unas posibilidades de prosperidad inimaginables en sociedades privadas de libertad. Pero amaban la libertad y la verdad por encima de bienes y comodidades. Como dijo Wilhelm Röpke (1959), uno de los padres de la economía social de mercado alemana: “yo estaría a favor de un orden económico libre incluso si implicara sacrificios materiales e incluso si el socialismo nos presentara un futuro cierto de mejora material. No nos merecemos la suerte de que sea verdad exactamente lo contrario”. Así es: no nos merecemos esa suerte. Ni tampoco nos merecemos la suerte de haber tenido a Milton y Rose Friedman entre nosotros”, concluye el autor.

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