Da la sensación de que en España vamos un paso por detrás del resto del mundo en cuanto a maldad se refiere. No lo digo a la ligera. Me refiero a todos los destrozos que ocurrieron hace unos meses en las ciudades de medio mundo, incluidas las principales ciudades europeas como Paris, Londres o Alemania.
En varios países una turba de personas salió a la calle protestando por la vulneración de sus derechos, en concreto por las medidas restrictivas impuestas para frenar la segunda ola de la pandemia del coronavirus. Una buena parte de esa gente aprovechó esas manifestaciones para delinquir, para destrozar las ciudades en las que ellos mismos viven, y para robar negocios de personas que el Gobierno les había prohibido abrir debido a la actual crisis sanitaria derivada de la COVID-19.
España había sido la excepción entre los grandes países de Europa; había sido el país en el que las manifestaciones de ciudadanos en contra de las medidas del Gobierno habían sido pacíficas. Sin embargo, la paz no pareció durar demasiado. Ya vimos como una serie de manifestaciones en varios puntos del país terminaban con actos agresivos, con delincuencia y con robos. A eso me refiero cuando digo que España va un paso por detrás.
Cabe preguntarse si somos realmente los españoles los que vamos un paso por detrás o si es la izquierda española la que carece del suficiente ingenio para inventar sus propios movimientos. Es esta izquierda la que parece tratar de hacer suyas las maldades de fuera alentando sucesos semejantes a los ocurridos en nuestros países vecinos. El momento elegido no pudo, ni puede, ser mejor; la antesala de una un nuevo confinamiento y la restricción de medidas debido a la pandemia.
Hemos visto como desde hace días miembros del Gobierno y de los partidos que gobiernan están intentando vincular estos altercados en la calle con movimientos de derechas. Altercados como robos a partidos de la oposición, incendios o ataques continuados a la policía que, a su parecer, son obra de la ultraderecha. Parecen hacer caso omiso a las cámaras, las fotos, o los vídeos que dejan claro que en nada se parecen a la gente que salía a la calle de manera pacífica en marzo de este año. Intentan ridiculizar a todos aquellos ciudadanos que, pacíficamente, salen a la calle para exigir que se cumpla la Constitución y para exigir que no se limiten sus derechos individuales. De esa manera, y después de haber mandado a sus hordas a crear caos, desde la izquierda serán capaces de justificar que ya nadie podrá salir a protestar.
Desgraciadamente no vivimos un momento de lucha unidos frente al virus, vivimos un momento en donde parece que los intereses del Gobierno no van ligados a los intereses de la mayor parte de la población. Ya no sólo se habla de los datos económicos, sino también de la convivencia.
A diferencia de la reacción social en otros países, ante estos altercados en las calles — los robos en grandes almacenes o en tiendas multinacionales — la sociedad española es determinante, no lo vemos con buenos ojos y siempre vamos a estar en contra del mal.
Sin embargo, a diferencia de otros países del resto de Europa donde el gobierno sí que está en contra de estas acciones del mal, en España, a nuestro Gobierno parece gustarle más mantener la excepcionalidad. No podemos permitir que este tipo de turbas se extiendan por otras ciudades. La policía debería intervenir y garantizar que no se produce una ruptura de la convivencia.
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