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El coste de la desconfianza

Elecciones, instituciones y crecimiento económico: Europa y EEUU

Shutterstock

Las dudas que ha expresado Donald Trump sobre los resultados de las elecciones presidenciales en EEUU abren un debate más amplio sobre la confianza en las instituciones y su impacto en la economía....

Las elecciones a la presidencia de Estados Unidos, celebradas a comienzos de noviembre, parecieron saldarse con una victoria del candidato del Partido Demócrata, Joe Biden. Sin embargo, el todavía presidente del país norteamericano, Donald Trump, ha manifestado su desconfianza respecto a los resultados electorales y ha desplegado una estrategia legal con la que pretende anular el escrutinio de diversos territorios clave, caso de Georgia, Michigan, Pennsylvania o Wisconsin.

Las denuncias a nivel estatal no han tenido buenos resultados para los intereses del presidente. Más allá de alguna victoria aislada, su equipo de abogados no ha evitado que la mayoría de las autoridades electorales estatales opten por refrendar el triunfo de Biden, a pesar de haber detectado cierta evidencia de malas prácticas electorales. Sin embargo, Trump confía en que, tras haber explorado esta vía en primera instancia, serán sus apelaciones a la Corte Suprema las que le permitirán aferrarse al poder.

No hay que olvidar que las autoridades electorales de los territorios que están en juego fueron nombradas por legisladores del Partido Demócrata, de modo que Trump siempre lo iba a tener complicado por esa vía. Cosa distinta es lo que diga la Corte Suprema en caso de que Trump eleve a dicha instancia sus alegaciones.

Según el equipo de Trump, en Pennsylvania podría haber un vuelco porque, aunque Biden gana por unos 70.000 votos, los abogados del presidente dudan de la validez de unos 700.000 votos por correo. Según cientos de testigos que han firmado declaraciones juradas, estas papeletas no estarían debidamente identificadas y, por lo tanto, deberían ser descartadas.

La campaña de Trump denuncia también que se impidió que los observadores electorales del Partido Republicano auditasen debidamente el recuento de los votos, que se manipularon las fechas de emisión del voto por correo para contar sufragios que no entraron dentro del plazo estipulado o que se aplicaron estándares electorales diferenciados en los distintos condados del Estado para ofrecer más facilidades a los votantes de distritos más proclives a votar por Biden. También denuncian los republicanos que unas 15.000 personas no habrían podido votar en persona porque alguien habría votado previamente, haciéndose pasar por ellos.

Las malas artes observadas en Michigan serían similares, en opinión de los abogados de Trump, que dicen dudar de la validez de unos 300.000 votos, todos emitidos en Detroit y su condado. La diferencia a favor de Biden fue algo inferior a los 150.000 sufragios, de modo que demostrar estas alegaciones puede generar un vuelco en los resultados.

Wisconsin es otro de los territorios clave. Las normas electorales son más estrictas con el voto por correo, que solo se permite a quienes lo solicitan expresa y directamente. Los abogados de Trump creen que 60.000 votos emitidos en Milwaukee y 40.000 papeletas contadas en Madison adolecen de fallas en este requisito. En este Estado, Biden ganó por unos 20.000 votos.

La campaña del todavía presidente duda también de los sufragios emitidos en Georgia y también explora la posibilidad de impugnar los resultados de Arizona, Nevada, Nuevo México o Virginia, donde se ha hablado menos de posibles irregularidades pero el equipo de abogados de Trump también cree que podría haber sorpresas.

Según una encuesta de YouGov y The Economist, el 73% de los republicanos tiene “poca o ninguna fe” en la manera en que se han gestionado los comicios. Por su parte, un sondeo de POLITICO estima que el 67% de los republicanos sostiene que “probable” o “definitivamente”, las elecciones “no fueron libres ni justas”. Entre los votantes independientes, alrededor de un 30% comparte la opinión de los simpatizantes del Partido Republicano, mientras que solo el 10% de los demócratas desconfía de los resultados electorales.

La mirada europea

Desde el Viejo Continente, el revuelo que han generado las elecciones estadounidenses no debería cogernos por sorpresa puesto que el Índice Mundial de Libertad Electoral sitúa a las democracias europeas mucho mejor posicionadas que a Estados Unidos. Este trabajo mide hasta qué punto los comicios se celebran en un marco de libertad y pluralismo, dentro de sistemas institucionales abiertos y democráticos que favorezcan la generación de resultados electorales transparentes.

Finlandia, Islandia, Irlanda, Suiza, Australia, Dinamarca, República Checa, Eslovenia, Reino Unido y Estonia copan las diez primeras posiciones de la tabla, mientras que Italia, Letonia, Chile, Portugal, Lituania, Uruguay, Suecia, Nueva Zelanda, Polonia y Andorra cierran el top veinte. Todos estos países reciben calificaciones que van de 77 a 83 puntos sobre 100. Por el contrario, Estados Unidos aparece más rezagado y solo alcanza el número 35 del ranking.

Algo parecido es lo que se desprende del Proyecto para la Integridad Electoral, un índice elaborado por la Universidad de Harvard. Según este ranking, Estados Unidos recibe apenas 61 puntos sobre 100 y se queda más cerca del promedio global (55) que de las democracias europeas más avanzadas (Alemania obtiene 81 puntos, Francia, logra 75 puntos, Suecia se alza con 83 puntos, etc.).

Desde Europa se suele aplaudir la libertad inherente a los procesos de primarias del sistema político estadounidense. Acostumbrados a las listas cerradas y a un sistema de partidos que castiga la disidencia o los matices, el debate abierto que favorece el modelo americano tiende a seducir a los observadores europeos, que consideran tal ejercicio como una muestra más pura de pluralismo político.

En cambio, las garantías de los procesos electorales sí que son menores en suelo americano, lo que pone en valor la operativa de los sistemas políticos europeos. Resulta llamativo comprobar que la Fundación Heritage ha recopilado más de 1.300 tramas de fraude electoral probadas por la Justicia americana durante los últimos años, mientras que en el Viejo Continente solo se conocen algunos episodios puntuales de fraude electoral a muy pequeña escala.

Parte de las falencias del proceso americano tienen que ver con la opacidad de sus sistemas de registro de población. En la medida en que no existe un documento nacional que garantice de forma fehaciente la identidad de las personas, el margen de fraude se vuelve mucho más amplio.

Aunque el ruido político ha contaminado el debate sobre la integridad electoral en Estados Unidos, esto problema sí ha sido reconocido durante la década por destacados medios de izquierda, como The New York Times, o influyentes figuras del Partido Demócrata, como el ex presidente Jimmy Carter.

Sin embargo, la comisión convocada por el presidente Trump para buscar soluciones a estas carencias no logró la suficiente participación por parte de las autoridades de los Estados con prácticas más cuestionables. De aquellos polvos vienen estos lodos. En la medida en que las autoridades estadounidenses no se han comprometido con la resolución de este tipo de carencias, parece evidente que la desconfianza hacia los procesos electorales y las instituciones públicas puede acrecentarse en los próximos años.    

La confianza en las elecciones y las instituciones, vector de crecimiento

Los estudios especializados en esta materia recalcan la conexión existente entre una mayor confianza en los procesos electorales y las instituciones públicas y unos mejores resultados en materia de desarrollo socioeconómico. Para que el sistema económico funcione es importante que los procesos políticos que lo influyen se libre de forma clara, certera y transparente, generando un clima de confianza que disipe cualquier incertidumbre y ofrezca seguridad a los agentes económicos.

Pensemos, por ejemplo, en una empresa estadounidense con actividad en Europa. Si Trump mantiene el poder, los beneficios obtenidos en el Viejo Continente podrán ser repatriados pagando un recargo fiscal reducido, pero si Biden es confirmado como nuevo presidente se plantea el regreso al viejo sistema de doble imposición, lo que puede tener efectos muy dispares pero todos distorsionadores, desde desalentar la inversión en suelo europeo hasta favorecer la utilización instrumental de jurisdicciones de impuestos bajos como “hub” para depositar tales fondos, a la espera de un mejor trato fiscal.

Pensemos ahora en una empresa europea que opera en Estados Unidos. Su tasa efectiva en el Impuesto de Sociedades tiende ahora al 27%, siendo el tipo lineal del 21% y existiendo numerosos Estados donde no se aplican recargos adicionales. Por el contrario, si Joe Biden sale elegido y cumple su programa, se plantea que el tipo combinado llegue de nuevo al 39%, reduciendo entre 12 y 18 puntos el margen de beneficio obtenido por las empresas europeas que operan en suelo norteamericano.

Ahora mismo, este es el tipo de decisiones económicas que están en el aire, a la espera de que se resuelva el resultado electoral. La política fiscal, comercial o regulatoria seguirá prácticas muy distintas bajo una presidencia u otra, de modo que el retraso a la hora de divulgar los resultados tiene un efecto directo sobre el crecimiento, la inversión y la confianza de los agentes económicos. No hablamos, pues, de una mera polémica electoral, sino de una problemática que trasciende hacia otros ámbitos vitales para el bienestar y la prosperidad.

En la misma Europa podemos ver que el grado de confianza en las instituciones públicas y los procesos electorales y políticos guarda una fuerte correlación con mayores niveles de bienestar. Algunos de los países más ricos del Viejo Continente, caso de Suiza, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia o Países Bajos, son también aquellos en que un mayor porcentaje de los ciudadanos declara confiar en las instituciones públicas. De igual manera, algunas de las economías que más preocupan en la UE-27, caso de España, Grecia, Italia o Portugal, registran tasas mucho más bajas de confianza en las instituciones públicas.

No hay que olvidar, además, que el creciente recelo observado con respecto a la Unión Europea guarda una relación estrecha con la falta de legitimidad percibida en ciertas actividades de Bruselas. La baja participación en las elecciones al Parlamento Europeo son un buen ejemplo del desapego que existe y prescriben un futuro en el que estas actitudes pueden ir a más.

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