Cuando analizamos los distintos sistemas educativos de los diferentes países europeos encontramos una gran línea divisoria entre el norte y el sur...
Al norte, encontramos una filosofía donde los niños en sus edades más tempranas aprenden a valorar la importancia de lo que ven en casa, se pone mayor esfuerzo a ese aprendizaje en valores. Por el contrario, al sur de esa línea imaginaria, seguimos pensando que la educación no tiene nada que ver con la enseñanza.
¿Quién no ha dicho alguna vez en España la frase “¡Qué paren el mundo que yo me bajo!”? Cuantas veces he repetido esta frase en voz alta o he pensado en ella por múltiples motivos; una gran parte de ellas, cuando veo como cada vez más la educación pasa a un segundo plano o no consigue el lugar que se merece.
Se me viene a la cabeza en estos momentos la última genialidad del Gobierno; decir que la educación de mis hijos es su responsabilidad. Pero señores, su obligación – y como dice la Constitución un “derecho fundamental“ – es el ofrecernos los medios tanto públicos como privados que, como recurso añadido a la formación, tenemos el deber de brindar a nuestros hijos para su realización personal.
No confundamos enseñar con educar; claramente es algo muy diferente.
El mundo avanza cada vez más deprisa y parece que vamos perdiendo de vista la mejor herencia que podemos recibir de nuestros padres y que podemos transmitir a nuestros hijos; la educación. Me refiero a educar en valores, en transmitir conductas y comportamientos que permitan a nuestros hijos valorar la amistad, la tolerancia, la paciencia, la solidaridad, la honestidad, la gratitud, la empatía, la responsabilidad, la confianza… y sobre todo, el respeto en todas las acciones de la vida. Pero no olvidemos que la mejor forma de educar es con el ejemplo.
Si nuestra vida se convierte en un caos; si olvidamos lo verdaderamente importante; si dejamos la educación de nuestros hijos en manos de otros por falta de tiempo, cansancio o desidia; si no les ofrecemos un espejo en el que mirarse, un punto de apoyo y una base sobre la que desplegar sus habilidades e intereses; si no brindamos un lugar al que volver cuando se frustran sus expectativas… no podemos culpabilizar a la sociedad o al colegio cuando se manifiestan problemas de conducta.
¡Qué difícil es ser padres! Los hijos nacen sin periodo de prueba, sin garantía, sin posibilidad de devolución y sin libro de instrucciones. Con ellos todo es más intenso, la felicidad, el miedo… Dejamos de ser el ombligo del mundo y ellos se convierten en el centro de nuestro universo. Aquí comienza el problema, esos pequeños seres que nos colman de felicidad y satisfacción, dependen de nosotros para crecer sanos física y mentalmente. No podemos descargar la responsabilidad de su educación en sus profesores y el colegio. En la escuela se encargan de enseñar, de transmitirles conocimientos y también de reforzar su educación, pero para reforzar algo, este algo tiene que existir previamente, así que tiene que quedarnos claro que la educación tiene que recibirse en casa. Los hijos son para toda la vida y la educación el pilar fundamental de la misma.
La educación es una carrera de fondo, educar lleva tiempo y requiere dedicación. Los padres deben adaptarse a las distintas etapas que se van desarrollando hasta llegar a la edad adulta; saber poner reglas y limitaciones, gestionar la frustración, facilitar sus relaciones sociales y acompañarlos durante su desarrollo emocional y cognitivo.
Pero no olvidemos que antes de padres hemos sido hijos; así que, con tan sólo una mirada retrospectiva, podemos visualizar con claridad lo difícil que lo han tenido nuestros padres para vernos convertidos en las personas que somos hoy. Tampoco debemos olvidar el importante papel que en nuestra educación y desarrollo emocional han jugado nuestros amigos de infancia y adolescencia. Los amigos son los hermanos que se escogen, quienes comparten con nosotros un gran número de horas en etapas determinantes de nuestra vida, los que siempre están aunque estén lejos, los que no nos juzgan y conocen nuestros secretos más íntimos, los que con sólo mirarnos conocen nuestros sentimientos. ¡Qué importante es tener buenos amigos!
Así que no nos equivoquemos y no hagamos que nuestro objetivo sea que nuestros hijos puedan llegar a ganar un premio Nobel, sino que lleguen a ser capaces de ser buenas personas.
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