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Brecha fiscal

Así crecerá el déficit en Europa entre 2020 y 2025

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El déficit de los países miembros de la Eurozona va a crecer con fuerza en 2020 y no todos los socios lo reducirán rápidamente durante el próximo lustro, según el Fondo Monetario Internacional....

La crisis económica inducida por la pandemia del covid-19 ha tenido un efecto casi inmediato en las cuentas públicas de las economías europeas. Las restricciones sanitarias han frenado la actividad económica en distintos sectores, provocando de esta forma una caída abrupta y acusada en los ingresos de las haciendas públicas. Las medidas de estímulo y los programas de gasto social activados para enfrentar la pandemia también han contribuido al desajuste fiscal, al elevar significativamente el peso del gasto público. Además, el hundimiento de la producción contribuye a que el cálculo del ratio de déficit público sobre PIB arroje resultados aún mayores. En resumen, estamos ante una tormenta perfecta para las cuentas públicas y la estabilidad presupuestaria.

En 2019, un año antes del estallido de la pandemia, la mayoría de los países europeos tenía sus cuentas más o menos en orden. Dos tristes excepciones a esta norma fueron las de España y Francia, que cerraron el año con un déficit del 2,8% y del 3% del PIB, respectivamente. Tampoco fue muy satisfactorio el descuadre del 1,3% del PIB que se anotó Eslovaquia, el déficit del 1,6% que firmó Italia o el diferencial negativo del 1,9% que se anotó Bélgica. En cualquier caso, todos los países de la Eurozona se situaron por debajo del umbral del 3% del PIB que marca como referencia el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Sin embargo, a lo largo del año 2020 se esperan niveles mucho más altos a los registrados durante el curso pasado, al hilo de un descenso sin precedentes del PIB que rondará el 8%, según el tradicional estudio de previsiones macroeconómicas que publica cada mes de octubre el Fondo Monetario Internacional. El país para el que se espera un déficit menos acusado es Letonia, pero incluso en el país báltico se anticipa un descuadre que se moverá en el entorno del 5,4% del PIB, muy por encima de las cifras observadas en años anteriores. De igual manera, la peor previsión es para España, que cerraría el año con un diferencial negativo del 14,1% del PIB, superando incluso los peores registros que se dieron en el país ibérico durante la Gran Recesión y la crisis del euro.

El bagaje fiscal del país ibérico en los últimos años ha estado marcado por un continuo deterioro de la posición fiscal. En 2004, José María Aznar legó a José Luis Rodríguez Zapatero el primer superávit de la historia de la democracia española. Por el contrario, su sucesor Mariano Rajoy heredó un descuadre fiscal equivalente al 11% del PIB. En los años posteriores, la brecha se redujo hasta el 2,5% del PIB alcanzado en 2018. Sin embargo, la llegada de Pedro Sánchez coincidió con un deterioro en las cuentas públicas, que no solo no mejoraron en 2019 sino que aumentaron su déficit con respecto al curso anterior.

Con estos precedentes, no resulta sorprendente que Sánchez haya sido incapaz de embridar el déficit en medio de una pandemia que ha situado a España como el país con peores perspectivas sanitarias y económicas. El saldo negativo de las cuentas públicas ha saltado al 14,1% del PIB durante 2020 y se espera que siga muy por encima de los niveles previos a la pandemia durante el lustro venidero, con un 7,5% en 2021, un 5,8% en 2022, un 4,7% en 2023, un 3,9% en 2024 y un 4,4% en 2025. De estas proyecciones se deriva una conclusión ciertamente lamentable: a saber, que el déficit de 2025 será un 57% mayor que el de 2019, año previo a la pandemia. Esa senda fiscal tan alejada de la ortodoxia provocará un fuerte repunte del endeudamiento público, que subirá del 95,5% del PIB alcanzado en 2019 al 123% esperado para 2020. En 2025 se plantea que la deuda siga en el 118,8% del PIB, es decir, un 24% más de lo observado en 2019, antes de la pandemia.

Si repasamos la previsión de déficit para 2020, encontramos que, al margen de Letonia, el descuadre menos pronunciado de todos es el que se espera para Chipre, Irlanda, Lituania, Estonia, Finlandia y Luxemburgo. El déficit de estos países ascenderá al 5,6%, 6%, 6,7%,6,8%, 6,8% y 6,9% del PIB, respectivamente, si se cumplen las previsiones que ha publicado el Fondo Monetario Internacional para la Eurozona. En el extremo opuesto, al margen de España, aparecen también Italia, Bélgica o Francia, que igualmente se moverán por encima del 10% del PIB, con déficits que ascenderán al 12,9%, 11,4% y 10,8%, cada uno.

Alemania vuelve a figurar como un país más prudente en el plano fiscal. Su déficit para 2020 se estima cercano al 8,2% del PIB, lejos del superávit presupuestario del 1,8% y del 1,5% del PIB que dejaron los años 2018 y 2019. No obstante, el horizonte a medio plazo está marcado por una rápida minoración de este desequilibrio. Aunque se esperan números rojos equivalentes al 3,2% del PIB en 2021, ya en 2022 se plantea un superávit del 0,6% del PIB, para posteriormente subir al 0,8% en 2023 y al 1% en 2024 y 2025.

También destaca para bien el rigor fiscal de Países Bajos, que partía de un superávit del 1,5% y del 1,6% del PIB en 2018 y 2019, pero que verá un déficit del 8,8% en sus cuentas de 2020. La corrección será más lenta que en el caso teutón, pero los holandeses esperan regresar a un escenario de superávit en 2025.

El deterioro generalizado de las cuentas públicas obliga a repasar la literatura disponible sobre programas de consolidación fiscal. Quizá el autor más reconocido en este campo de investigaciones económicas es Alberto Alesina, puesto que el recientemente fallecido profesor italiano dedicó buena parte de su carrera como investigador a evaluar cientos de programas de austeridad adoptados en los países de la OCDE. De la mano de colaboradores como Carlo Favero, Francesco Giavazzi o Silvia Ardagna, Alesina constató que aquellos países que vuelcan sus programas de estabilización presupuestaria por la vía de la austeridad pública, es decir, de los recortes de gasto público, consiguen salir antes de la crisis y reducir con mayor efectividad sus niveles de deuda. En sentido contrario, sus investigaciones constatan que un enfoque basado en subir impuestos tiende a generar un escenario de estancamiento económico que complica la recuperación y se traduce en el enquistamiento de los problemas fiscales.

Otro influyente economista, el estadounidense Kevin Hassett, analizó en 2010 junto a Andrew Biggs y Matthew Jensen un panel compuesto por más de 100 programas de consolidación presupuestaria. Dichas consolidaciones fueron adoptadas en los distintos países miembros de la OCDE. Sus conclusiones fueron muy similares a las de Alesina. En conclusión, Hassett y sus colaboradores recomiendan que los programas de consolidación estén compuestos, al menos en un 85%, por recortes de gasto.

Pero solucionar los problemas presupuestarios que vuelven a golpear a la Eurozona requiere también de un mayor nivel de crecimiento potencial. En este sentido, uno de los economistas más destacados del Fondo Monetario Internacional, Paolo Mauro, ha estudiado más de 65 programas de ajuste y ha concluido que la austeridad pública tiene más efectividad, pero su validez última depende también de un programa de acompañamiento que introduzca reformas estructurales en la economía.

Mauro ha comparecido recientemente para valorar las previsiones fiscales del FMI y ha señalado que, en el actual contexto, es fundamental mantener algunas de las medidas extraordinarias introducidas para lidiar con la crisis del covid-19, pero manteniendo un compromiso con la estabilidad fiscal a medio plazo. El economista transalpino ve importante que la prioridad en los próximos años es evitar el desplome del tejido productivo, con medidas fiscales que apoyen la supervivencia de empresas viables que se han visto golpeadas por las restricciones sanitarias adoptadas para enfrentar la propagación del nuevo coronavirus. Sin embargo, Mauro considera fundamental que la agenda política no le de la espalda a la estabilidad fiscal, en la medida en que un aumento excesivo de la deuda no solo no contribuye al crecimiento futuro sino que actúa como un lastre para el crecimiento y el desarrollo de nuestras economías.  

¿Hasta qué punto la deuda acumulada por los países europeos puede ser un problema? Los trabajos de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart sobre esta materia, coronados por su célebre libro “Esta vez es distinto”, acreditan las economías desarrolladas entran en “zona de peligro” cuando su deuda pública supera la barrera del 90% del PIB. Esta estimación es coherente con cálculos alternativos presentados por el Banco Internacional de Pagos o el servicio de estudios del banco BBVA, que sitúan la “zona de peligro” en aquellos países desarrollados en que la deuda rebasa un umbral comprendido entre el 90% y el 100% del PIB.  

Si tomamos como referencia esas estimaciones y las cruzamos con las proyecciones del Fondo Monetario Internacional para la Eurozona, encontramos que hay seis economías en “zona de peligro”: España, Italia, Grecia, Francia, Portugal y Bélgica. Tanto en 2020 como en 2025, todos estos países enfrentan un endeudamiento público superior al 100% del PIB. Chipre también entra dentro de este grupo en 2020, con una deuda del 118% del PIB, pero está previsto que reduzca este indicador hasta el 86% del PIB en 2025.

En cambio, si lo que tomamos en cuenta es el criterio fijado en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, lo que encontramos es que las proyecciones para 2020 avanzan una deuda inferior al 60% del PIB en apenas seis de los diecinueve países de la Eurozona: a saber, Países Bajos, Malta, Lituania, Letonia, Luxemburgo y Estonia. En 2025, no obstante, también se espera que entren en zona de cumplimiento otros socios comunitarios como Eslovaquia, Alemania o Irlanda, aunque igualmente habrá diez socios de la Eurozona que rebasen el umbral acordado como límite máximo tolerado.