Un análisis de la situación económica que enfrenta Europa tras la pandemia del covid-19. ...
La economía global experimentó una fuerte caída en 2020. Tras experimentar un crecimiento medio del 3,5% entre 2015 y 2017, el PIB global se ensanchó un 3,6% en 2018 y un 2,8% en 2019, pero el estallido de la pandemia del coronavirus provocó un descenso de la producción agregada del 3,3%. En 2021 se espera que el rebote de la actividad proyectado para el segundo semestre del año permita cerrar el ejercicio con una mejora del PIB del 5,9%, que vendría seguida de un nuevo aumento, esta vez del 4,6% en 2022. Por tanto, la perspectiva global permite hablar claramente de una fuerte contracción asociada a la crisis sanitaria, pero también prefigura un rebote productivo en 2021 y 2022, suficiente para superar el descenso de la economía registrado en 2020 en un periodo razonablemente breve, de unos dos años.
Eso sí: aunque el PIB global reacciona favorablemente, lo cierto es que hay una evidente asimetría en el comportamiento de la economía. El PIB acumulado para 2020-2022 crecerá un 17,1% en China y un 6,3% en Estados Unidos, de modo que las dos principales economías del mundo van adelantadas en la salida de la crisis. En cambio, las dos locomotoras europeas, Alemania y Francia, van a experimentar una mejoría mucho más tímida, del 1,9% y el 1,2%, respectivamente. Peor aún le va a otros dos gigantes de la economía comunitaria, como son España e Italia, donde el trienio 2020-2022 se cerrará con un descenso del PIB acumulado del 1% y el 1,7%, respectivamente. Otros países, como Portugal, plantean una caída del 7,6% en 2020, una mejora del 6% en 2021 y un repunte del 4,75 en 2022. La caída y la recuperación no describen, pues, una senda homogénea, sino que dibujan un comportamiento muy cambiante dependiendo del país estudiado.
En total, las economías avanzadas se dejaron el 4,7% de su PIB en 2020, pero elevarán su producción un 5,3% en 2021 y lo aumentarán un 4% en 2022. Al final del bienio 2020-2021, su PIB será un 0,3% mayor. Eso sí: la incidencia en las economías emergentes ha sido menor, de manera que su PIB habrá caído un 2,2% en 2020 pero habrá crecido un 6,3% en 2021 y un 4,9% en 2022, dejando un avance del 4% para el acumulado 2020-2021.
A pesar de que la crisis sanitaria ha impuesto severas restricciones que limitan ostensiblemente las interacciones personales y entorpecen significativamente la movilidad, lo cierto es que la caída del comercio mundial ha sido inferior al 6%, frente a un descenso del 12% como el que llegó a producirse en los peores momentos de la anterior crisis económica (la Gran Recesión, de 2007-2013). Si medimos el comercio mundial de bienes, encontramos que los intercambios han recuperado los niveles pre-crisis en menos de un año, mientras que en el anterior episodio recesivo fueron necesarios dos años para volver a la normalización. Esto vendría a cuestionar la hipótesis de la “desglobalización”, puesto que buena parte de las dinámicas propiciadoras de la apertura económica internacional siguen en pie. Cosa distinta es el papel que debe jugar Occidente en la gobernanza de tales intercambios, sobre todo ante el rol tan sombrío que ha jugado China durante la pandemia, ocultando información relevante al resto del mundo y mirando hacia otro lado mientras un virus originado en Wuhan causaba millones de muertes en otros países.
Tal y como se esperaba, el proceso de vacunación ha sido fundamental para poner fin a la pandemia. Aunque se especuló de forma absurda sobre la viabilidad y la seguridad de las vacunas, lo cierto es que las soluciones desarrolladas por AstraZeneca/Oxford, Janssen, Moderna o Pfizer han tenido un impacto inmediato en los indicadores sanitarios. En España, por ejemplo, el avance de la vacunación durante el primer semestre de 2021 ha reducido más de un 90% la incidencia del virus, tanto en términos de positivos, como en lo referido a las hospitalizaciones y los decesos – una mejora que se ha producido a pesar de que el 50% de la población sigue pendiente de recibir al menos una dosis de las vacunas autorizadas. En este sentido, la campaña de intoxicación, noticias falsas, bulos y demás propaganda anti-vacunas ha quedado sobradamente refutada por la rotunda evidencia que confirma una correlación casi absoluta entre más vacunación y menos incidencia.
Aunque desde algunos círculos económicos tendentes a adoptar postulados keynesianos se cultiva la idea de que la pandemia exige medidas de gasto como fórmula de “rescate” de la producción, la evidencia pone de manifiesto que es posible minimizar este tipo de desembolsos y obtener buenos resultados. En Europa, Alemania ha movilizado un 11% de su PIB en medidas de apoyo fiscal que, no obstante, han consistido principalmente en rebajas de impuestos como el IVA. Por otro lado, las garantías ofrecidas a las empresas han supuesto un 25% del PIB. El caso opuesto es el de Estados Unidos, donde el apoyo fiscal ha sido del 26% del PIB y las garantías solo han alcanzado el 2% de la producción anual.
Es importante recalcar, eso sí, que las primeras investigaciones disponibles apuntan que el grueso de las medidas de apoyo fiscal aprobadas por el gobierno de Estados Unidos se quedaron en el bolsillo de los contribuyentes y las empresas, que no aumentaron su demanda de bienes y servicios, sino que simplemente se embolsaron estas transferencias a la espera de un momento más propicio. Por tanto, los estímulos no tuvieron el efecto de reanimación de la actividad que esperaban sus arquitectos y promotores. De especial interés son los estudios que ha dedicado a esta cuestión el economista John B. Taylor, quien ya en la Gran Recesión puso de manifiesto la ineficacia de los estímulos. Pese a toda esta evidencia, la UE-27 ha acordado un gran fondo de “rescate” valorado en 750.000 millones de euros, de los cuales 390.000 millones se corresponden con transferencias directas (subvenciones “a fondo perdido”) y 360.000 millones están vinculados con préstamos blandos, todo ello con la intención de “apoyar la transición ecológica y digital” mediante este programa de gasto paneuropeo.
Uno de los factores más preocupantes del actual contexto económico está relacionado con la incertidumbre en torno a la política monetaria. Hasta ahora, los estímulos aprobados por los bancos centrales desde el estallido de la Gran Recesión han provocado distorsiones notables en los mercados financieros, relajando artificialmente los costes de financiar la deuda pública e inflando el precio de ciertos activos muy por encima de las valoraciones que cabría esperar. El hecho de que veamos deuda pública a tipos negativos en un contexto en el que los pasivos estatales se han duplicado es quizá el mejor ejemplo de este deterioro de las condiciones monetarias. Sin embargo, el miedo a la inflación generalizada ya está encima de la mesa y, de hecho, Estados Unidos viene de registrar un aumento de precios del 5% durante el mes del año. En el caso de Europa, las proyecciones apuntan a una subida más moderada, pero igualmente estaríamos ante niveles de inflación de aproximadamente un 2,5%. Materias primas, transporte, energía… son algunos de los ámbitos donde se espera un alza de precios que puede tener un efecto empobrecedor sobre la población.
Para disipar estos miedos, lo lógico sería que los bancos centrales rectifiquen de una vez por todas su política de tipos cercanos a cero. A priori, el programa de compras de la FED empezará a replegar velas a comienzos de 2022 y, en un periodo de dos años, establecerá los tipos en torno al 1,5-2%. Según Bloomberg, el mercado descuenta que la subida de tipos de la Reserva Federal arranque a finales de 2022. En cambio, en el caso del Banco Central Europeo no está tan claro que se vayan a producir revisiones tan significativas. Si revisamos el tipo implícito que se deriva del bono a diez años de deuda alemana, vemos que a finales de 2021 seguiríamos en un escenario de tipos cercanos al 0,5%.
Preocupa, por otro lado, que las bolsas sobrerreaccionen ante el eventual encarecimiento del dinero, ya que un endurecimiento de los tipos podría reducir entre un 5% y un 10% la cotización de los principales índices de referencia. De igual manera, está previsto que países como Italia, Alemania, Francia o España emitan o refinancien más de 500.000 millones de deuda pública en la segunda mitad de 2021, de modo que el calendario de subastas de los Tesoros europeos tiene más importancia que nunca.
Ante todas estas sombras, la economía europea debe asumir lo antes posible un programa de reformas que se comprometa de una vez por todas con la liberalización de aquellos mercados que siguen cautivos de un exceso de normativización y regulación. De hecho, nada sería más apropiado en estos momentos que un compromiso comunitario a favor de la apertura de mercados y el repliegue del intervencionismo. Solo de esa forma se generarán oportunidades de crecimiento que apuntalarán la recuperación y disiparán las dudas asociadas a un entorno económico en el que el peso del Estado sigue siendo excesivo.
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