El experto danés opina sobre el "impuesto al plástico", el coste económico de los confinamientos y muchos otros temas de actualidad. ...
A continuación se recoge la segunda parte de la entrevista con el intelectual danés Bjorn Lomborg, especialista en medio ambiente, economía y desarrollo. Si desean leer la primera parte de la conversación, pueden hacer click aquí.
En España se acaba de adoptar un impuesto al plástico. Otros países europeos ya cuentan con este tipo de medidas fiscales en pie. ¿Qué opina de estas supuestas soluciones? ¿Cree que sirven para algo o que se trata, una vez más, de una política recaudatoria que se disfraza como una medida medioambiental para generar menos rechazo entre los contribuyentes y la opinión pública?
Se han puesto de moda porque se habla mucho del plástico de los océanos, pero la mayoría de ese plástico proviene de la contaminación originada en Asia o de plásticos reciclados que se envían del mundo rico al mundo emergente pero, por culpa de empresarios y gobiernos negligentes, se acaba vertiendo al mar, en vez de almacenándose según lo acordado. Pero España no tiene que sentirse acomplejada en este sentido. Los países de la OCDE generan menos del 5% del plástico de los océanos, de modo que el problema no viene de España, de la UE o de las economías desarrolladas.
Las bolsas de plástico, en cualquier caso, tienen una huella medioambiental mucho menor que las bolsas de papel y otros materiales naturales, sobre todo porque se reciclan y una bolsa se puede emplear una, dos, tres… y hasta decenas de veces. De hecho, aunque se han puesto de moda algunas bolsas de algodón y otros materiales orgánicos, se estima que para que fuesen rentables habría que usar una sola bolsa de este tipo ¡miles de veces! Obviamente, esto es inviable.
Por lo tanto, si lo que preocupa es el plástico, lo que tiene sentido es asegurarse de que hay un buen sistema de reciclaje, pero esto ya ocurre en España, al contrario de lo que vemos, por ejemplo, en las economías emergentes.
¿Apoya la adopción de un impuesto al carbono? Es una solución que sí parece suscitar algo de consenso entre los economistas de diversas tendencias, aunque su aplicación práctica siempre puede quedar sujeta a cálculos recaudatorios o posiciones políticas excesivamente exigentes con las industrias afectadas…
Hay que evitar la tragedia de los comunes y, con el impuesto al carbono, lo que hacemos es imponer un precio a esas emisiones de CO2 que queremos evitar. Al fijar un precio podemos incorporar la información relativa a las emisiones en las decisiones de los agentes económicos, lo que incentiva patrones de consumo o de inversión más sostenibles e innovadores. El problema es que el precio del carbono tiene que ser homogéneo para todas las industrias y no tiene que tener un afán recaudatorio, cosa que no sucede en la actualidad. El precio debería fijarse en el entorno de los 20 o 30 dólares por tonelada de CO2, en línea con la estimación que hace la gran mayoría de los economistas. Eso sí: aunque es una solución importante, su impacto en las temperaturas observadas a fin de siglo se moderaría de 4,1 a 3,5 grados, de modo que no es la panacea, solo un avance.
Tampoco le convencen pactos globales como el de la Cumbre de París, que ha criticado en distintas ocasiones. ¿Qué argumentos centrales nutren su oposición a este tipo de acuerdos que tantos políticos, medios y activistas consideran esenciales para la lucha contra el cambio climático?
Llevamos treinta años comprometiéndonos a cumplir grandes acuerdos climáticos internacionales. En 1992 se hizo una cumbre de países ricos, en 1997 se firmó el Protocolo de Kyoto, en 2015 se celebró la Cumbre de París… Sin embargo, estos pactos nunca se cumplen e, incluso si se llevan a cabo, mi estimación para la Cumbre de París apunta que la reducción de la temperatura global sería de apenas 0,2 grados centígrados a final de siglo. Entonces, ¿cómo se soluciona el cambio climático? La clave está en la tecnología.
Hablemos entonces de la tecnología. ¿Qué papel debe jugar en el proceso de descarbonización?
En el Consenso de Copenhague, iniciativa que presido, reunimos a treinta mentes brillantes, incluidos varios Premios Nobel, y les pedimos que calculasen qué medidas serían más eficientes para luchar contra el cambio climático. La respuesta, abrumadoramente, fue la apuesta por el I+D. Si somos capaces de bajar el precio de las energías más baratas, muchos de estos problemas se acabarían.
Antes hablamos de la energía nuclear, pues bien, si logramos que la de cuarta generación sea barata y segura, esa sí que es una revolución. Lo mismo con avances como el fracking. Lo que necesitamos, pues, es que la energía verde sea más barata que los combustibles fósiles, porque de lo contrario no lograremos un cambio estructural.
Lamentablemente, seguimos centrándonos en medidas que suenan interesantes, como los paneles solares o los coches eléctricos, que son medidas que nos hacen sentir bien pero que no tienen un impacto duradero. Esa es más bien una forma de señalarnos como gente virtuosa que cuida el medio ambiente, pero no son soluciones que cambien de verdad la situación a nivel global.
¿Cómo obligamos a China y al resto de los países emergentes a cumplir estándares que nosotros no nos impusimos cuando teníamos su nivel de desarrollo? Al fin y al cabo, el grueso de las emisiones viene de tales países, pero su nivel de desarrollo es aún claramente inferior al nuestro.
Si trabajamos en el frente del I+D, de la modernización tecnológica, no estamos proponiendo que impongan políticas costosas a economías emergentes que, hoy por hoy, no se lo pueden permitir. Se ha propuesto aplicar aranceles vinculados a las emisiones de CO2 de los países más contaminantes, pero esto puede tener efectos secundarios muy adversos, en la medida en que puede exacerbar las tensiones proteccionistas.
¿Qué hay del Plan Verde que defiende ahora la Comisión Europea y que acaba de revisar para endurecer más aún sus objetivos?
Las intenciones son buenas, pero me temo que habrá mucho desperdicio y mucho despilfarro de recursos. El Green New Deal que propone en Estados Unidos gente como Alexandria Ocasio-Cortez se compone, en un 80% o 90%, de medidas que no contribuyen a la descarbonización. La propuesta de la Comisión Europea es similar, pues gira por ejemplo en torno a enormes subsidios vinculados a la Política Agraria Común, algo que no implica nada en materia de reducción de emisiones. Lo peor de todo es que el nuevo marco climático que ha propuesto Bruselas plantea una reducción de emisiones más drástica, del 55% en vez del 40%, una decisión tremendamente costosa que apenas ha recibido cobertura y que solo reduciría un 0,01 el aumento global de la temperatura a final de siglo, a pesar de hundir numerosos ámbitos de actividad económica. Si fallamos en este tipo de cosas, nos empobrecemos sin resultados.
Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre la pandemia. ¿Se repite, en cierto modo, el patrón de “alarmar” con la “ciencia” y tomar medidas “costosas”?
Creo que es un engaño hablar del covid-19 sin tener en cuenta las consecuencias económicas. No se puede negar que esta enfermedad puede ser muy letal, pero tenemos que hablar de cómo mitigar esos fallecimientos o, en general, los contagios. Quizá los países desarrollados se pudieron permitir un primer confinamiento, pero lamentablemente vemos que de nuevo están volviendo a aplicar medidas similares, de manera que la rentabilidad de una respuesta tan drástica se puede llegar a esfumar y la cura puede terminar siendo peor que la enfermedad. En el Consenso de Copenhague hemos hecho estudios en países emergentes como Malawi, Ghana o Nigeria hemos concluido que no tiene sentido aprobar un confinamiento, porque los costes se sitúan por encima de los beneficios. De hecho, los costes llegan a ser mucho más elevados que los beneficios.
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