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¿La nueva política?

España y la isla de las tentaciones populistas

La práctica populista solo dista del régimen populista en la ambición por perpetuarse en el poder. Una tentación demasiado frecuente para ser obviada. ...

Tras la aplastante victoria del Partido Popular en la Comunidad de Madrid el pasado 4 de mayo el escenario político español ha cambiado por completo. Esta renovación del ideario político, de la mano de Isabel Díaz Ayuso, ha abierto la puerta a una centro derecha más liberal y como alternativa al socialismo. Este socialismo, que junto con la coalición de la extrema izquierda ha hundido a España en una charlatanería demagógica impulsada por esos mismos partidos políticos con el único objetivo de captar votos.

El populismo, principal enemigo del liberalismo, ha estado succionando al abstracto colectivo español con un programa peligroso, un discurso disruptivo y en muchos casos antisistema. Sin embargo, para terminar de combatirlo es importante comprender de qué se trata, cómo funciona, qué lo genera y, principalmente, cuáles son sus consecuencias. Esta enfermedad de la democracia ha llegado para quedarse, y será el principal desafío de las próximas décadas.

Si bien ideológicamente es difuso -aunque para algunos autores es una ideología y para otros un estilo político- se pueden detectar varias cepas de populismo. No obstante, lo importante en este momento es comprender la diferencia entre la aplicación de estrategias populistas y el establecimiento de un régimen populista. En el primer caso, cierta demagogia o estrategias populistas son llevadas a cabo por la mayoría de  los partidos políticos con el único propósito de ganar sus elecciones ofreciéndoles a sus votantes pan y circo. En cambio, el establecimiento de un régimen populista, resulta más peligroso, dado que su objetivo es la destrucción del orden institucional existente, amenazando los derechos y libertades individuales.

El populismo hoy por hoy está de moda y goza de óptima salud, tanto en el corazón de Europa así como también en América Latina. Siempre ha existido, sólo que ha mutado según las condiciones culturales y económicas de cada época. Ahora bien, ¿qué es el populismo y cómo funciona? Algunos autores lo definen como el anticuerpo que pone a prueba la resistencia de los sistemas democráticos, así como también es visto y temido como un virus que se infiltra en las debilidades de esos sistemas socavando la legitimidad y empujándolos hacia espirales destructivas.

Loris Zanatta en su libro “El populismo” lo define como una ideología comunitaria muy permeable, que a los ojos de sus partidarios, el orden social que quieren implementar será mejor a la democracia, incluso cuando éste es autoritario. Parte de la premisa que la sociedad está separada en dos grupos enfrentados entre sí: “el verdadero pueblo” y la “elite corrupta”. Por esta razón, el objetivo es devolverle al pueblo la centralidad y soberanía que le han sido “sustraídas”. Suele emerger en sociedades que se encuentran en fases delicadas y a menudo convulsivas de la modernización o transformación. Llega al poder mediante el voto, y cuando eso sucede se revela la verdadera cara de autócrata, comenzando a utilizar el monopolio de la fuerza para violar los derechos individuales.

Es importante destacar que el populismo no determina una crisis, en todo caso, la persistencia de su imaginario puede acelerar la evolución de la misma, fragmentando, desuniendo y desestabilizando a una comunidad. Fomentando de esta manera conflictos socioeconómicos, en los cuáles priman más los sentimientos que la razón. Es como un virus que ataca cuando el paciente está débil, y el descontento social es la vía para entrar en el organismo de la sociedad. Para lograrlo es fundamental la relación directa entre los electores y el líder, quién a través de su discurso mesiánico encarnará la voluntad colectiva; de aquí la importancia de los medios y las redes sociales.

En relación al retorno de los orígenes de la propia cultura, los de la izquierda lo hacen en nombre de la justicia social y de la “voluntad general” del pueblo liberado de la trampa de la representación y de la disgregación impuesta por el capitalismo. Y los de derecha destacando la naturaleza corporativa de la representación y el carácter jerárquico del orden social. Muchos economistas y politólogos relacionan más el populismo de raíz sociocultural con la derecha y el populismo de base económica y materialista con la izquierda. Un ejemplo de este último es Unidas Podemos, quienes a través de la irresponsabilidad presupuestaria y políticas insostenibles en el largo plazo, hacen promesas políticas de difícil cumplimiento y económicamente inviables, generando inestabilidad y contracciones de crecimiento económico. Según Funke, Svhularick y Trebesch, las consecuencias para una economía sometida a un régimen populista durante 15 años es una décima parte de su riqueza, en términos de PIB, es en promedio, un 10%.

Su popularidad se basa en que tiene un componente novedoso que logra reinventarse. Así como también, sus respuestas parecen tranquilizadoras, sobre todo para aquellas personas que la democracia representativa ha parecido ignorar, como por ejemplo los pobres, los indígenas, los campesinos sin tierra, los desocupados, o como ocurre en América Latina (y a menudo en Europa), los ciudadanos cansados de los privilegios de la corrupción. Es curioso observar como el populismo de izquierdas ama tanto a los pobres que en vez de ayudarlos a salir de esa situación de vulnerabilidad, los reproduce. Su único objetivo es beneficiarse de la gestión del asistencialismo, haciéndolos rehenes y dependientes de los subsidios otorgados por el Estado.

Otro aspecto importante del populismo es que reivindica la homogeneidad, combate el pluralismo e inmola los derechos individuales. Ahora bien, para poder darle una nueva identidad a esa masa amorfa y heterogénea debe lanzarse contra el culpable de haberlo roto o adquirido demasiado poder o riqueza; es decir, cualquier opositor o persona que quiera conservar la autonomía o identidad evocada por los populistas. Un claro ejemplo sucede con la redistribución del ingreso con “sentido solidario” al mejor estilo Robin Hood. Como hace referencia el economista argentino Roberto Cachanosky, el populista iguala para abajo y redistribuye el ingreso sometiendo a un estado de esclavitud a los sectores más eficientes de la sociedad. No quedan dudas que su objetivo es pretender vivir de los bienes de producción ajenos, por esta razón, el mejor negocio para ellos es esclavizar a los sectores productivos saqueando la renta generada y utilizando los sistemas impositivos para ahogar la producción. Una vez logrado, aquellos sectores que aportan a las arcas públicas mantienen a sus votantes viven sin trabajar. Claro ejemplo es lo que sucede en Argentina, país en el cuál el 57% de la población (25 millones de personas) reciben ingresos por parte del Estado.

Se ha visto que la aplicación de un régimen populista, estatista y liberticida es una amenaza a los derechos y libertades individuales. Avanzan hasta querer terminar con la pluralidad, la diversidad de ideas y la división de poderes del sistema vigente para convertir en hegemónica la figura del líder y su movimiento. Es muy peligroso, dado que no surge de una dictadura, sino que reside en la naturaleza de los sistemas democráticos. La democracia le permite al populista llegar al gobierno en un momento de descontento y así desarrollar su programa autoritario y estatista.

Estas corrientes populistas están transformando los sistemas políticos de las democracias más avanzadas. Para el caso de España, tanto el PSOE como el PP han tenido la necesidad de neutralizar la fuga de votos pactando con formaciones políticas de corte más populistas. Esta peligrosa dinámica ha aproximado al país a las aguas turbulentas del populismo y a una polarización progresivamente más radical.

La decisión del ex líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, de competir en los comicios de Madrid puso de manifiesto la pulseada ideológica entre la libertad y el comunismo. Su discurso disruptivo y antisistema hizo que las voces de la moderación estén ausentes y sembró el caldo de cultivo para que el miedo y la crisis diesen lugar a la implementación de un régimen populista. Sin embargo, no estaba sólo en la isla de las tentaciones, dado que el líder del PSOE no sólo ha llevado a cabo estrategias populistas para llegar al poder, sino también para perpetuarse en él. Ahora bien, ¿cuál es la mayor amenaza en este último caso? Que la ejecución consecutiva de estas prácticas puede terminar convirtiéndose en un régimen.

Es muy peligroso que la democracia española tenga que convivir con corrientes populistas profundamente antiliberales, y que tengan posibilidades de seguir creciendo en la medida que los partidos más moderados se vayan desgastando. Parece ser que parte de la sociedad española ha despertado y ha dejado de comprar el discurso mesiánico de odio a la libre empresa. Sin embargo, si la lucha no se sostiene y la extrema izquierda sigue cosechando éxitos, las consecuencias económicas, sociales e institucionales que sufrirá el país serán lamentables. Esta situación pondrá en jaque la democracia liberal y envenenará aún más la sociedad empoderando a muchos individuos a acentuar el resentimiento, la envidia y la división.

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