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Un análisis coste-beneficio

El equilibrio entre salud y economía: lecciones del covid-19

Shutterstock

Las políticas de contención del covid-19 no tienen por qué resultar demasiado costosas para la economía. La clave está en acotar las restricciones a los grupos de riesgo y permitir que la economía se adapte a la nueva situación lo antes posible. ...

Las fuertes restricciones adoptadas en Europa para combatir la propagación del covid-19 han hundido la economía del Viejo Continente. Está previsto que el PIB de la UE-27 se reduzca en torno a un 9% en 2020 y la recuperación de los niveles de actividad previos a la pandemia puede tardar años en llegar.

Transcurrido un semestre desde el “cerrojazo”, sabemos con certeza cómo opera el covid-19. La mortalidad a la que se exponen los abuelos es mil veces más alta que la letalidad observada entre sus hijos y nietos. Se observa, por lo tanto, una clara asimetría: lejos de golpear de forma homogénea al grueso de la población, la enfermedad discrimina entre mayores y jóvenes. 

España e Italia son el mejor ejemplo de esto. Ambos países concentraron los mayores niveles de letalidad en la primera ola de contagios. Si repasamos sus datos podemos ver que cerca del 95% de sus fallecidos por covid-19 tenían más de 60 años. De hecho, si hilamos más fino encontramos que el 70% de las muertes se produjo entre personas de más de 80 años.

Por franjas de edad, los datos desglosados para España son muy claros. Entre quienes tienen menos de 40 años, solo el 0,2-0,3% de los contagiados perdió la vida, mientras que el resto se recuperó. Este porcentaje es algo más alto para quienes tienen 40-49 años (0,6%) o 50-59 años (1,5%), pero igualmente hablamos de niveles muy reducidos. En cambio, la letalidad es del 5,1% para el grupo de 60-69 años, del 14,5% para quienes tienen 70-79 años, del 21,2% para la franja de 80-89 años y del 22,2% para los mayores de 90 años.

Si viajamos a Alemania, donde las cifras de fallecidos por habitante son diez veces más bajas que en España, resulta llamativo comprobar que la letalidad por franja de edad fue muy parecida. El país teutón registró 450 muertes entre menores de 60 años y 9.000 entre quienes están por encima de dicho umbral.

Por lo tanto, si analizamos los datos de letalidad, encontramos que la diferencia entre los resultados de unos y otros países radica en su habilidad a la hora de proteger a los más vulnerables. El “cerrojazo” generalizado que aplicó España no evitó que sus cifras de mortalidad fuesen las peores de Europa por el mero hecho de que no se protegió debidamente a los mayores de 60 años. De igual modo, aunque Alemania no restringió de forma tan intensa la movilidad y la actividad económica, su saldo final fue mucho mejor porque los grupos de riesgo estuvieron a salvo de la propagación masiva del virus.

Un enfoque más efectivo y menos costoso

A la luz de estos datos, son cada vez más las voces que abogan por estrategias descentralizadas, que focalicen las restricciones en aquellos grupos más vulnerables ante el coronavirus. Esa es la opinión expresada por el profesor de epidemiología y experto en salud pública, Jayanta Bhattacharya.

En una entrevista publicada por el diario español Libre Mercado, el experto de la Universidad de Stanford considera que “el análisis coste-beneficio muestra que aplicar un confinamiento generalizado no es aconsejable. Hay que acotar las medidas y centrarse en proteger a las personas más vulnerables”.

Bhattacharya considera que la apuesta por los test masivos y el rastreo debe ser revisada: “esta enfermedad se propaga mucho y los estudios de seroprevalencia demuestran que los test masivos y el rastreo solo son capaces de detectar una fracción de los contagios reales. En California, por ejemplo, coordiné un estudio de seroprevalencia en los condados de Los Ángeles y Santa Clara y la conclusión a la que llegamos fue que por cada positivo oficial había entre 40 y  50 contagios reales”. ¿Tiene sentido, entonces, hacer test masivos y rastreo en una enfermedad así? “A Corea del Sur o Nueva Zelanda les funcionó, pero porque actuaron muy temprano. Ahora, la situación es muy distinta, la enfermedad lleva medio año circulando y, teniendo en cuenta su rápida y fácil propagación, poner el foco en los test masivos y el rastreo puede terminar siendo una estrategia fútil e inabarcable”, explica.

Partiendo de esa base, Bhattacharya apuesta por acotar los test y el rastreo a los grupos de riesgo e insiste en lo importante que es asegurar que el sistema sanitario despliega toda su capacidad asistencial para atender cualquier repunte en el número de casos. De esta forma se logra el equilibrio óptimo que permite salvar vidas y salvar la economía.

En la misma línea se manifiesta Martin Kulldorff. Entrevistado también por Libre Mercado, el epidemiólogo y profesor de medicina de la Universidad de Harvard advierte de que “cuando un virus se propaga tan rápido y con tal facilidad, la clave está en proteger a los grupos de riesgo. Sabemos que los niños pueden ir al colegio con normalidad y que los adultos pueden seguir haciendo muchas de sus actividades, aunque sea con restricciones. Por lo tanto, debemos alentarlo. Y sabemos que los mayores son un grupo de riesgo, de manera que tenemos que buscar fórmulas que permitan reducir su exposición al virus. Pero en la mayoría de países vemos que la respuesta es cerrarlo todo, lo que tiene enormes costes económicos, además de consecuencias negativas para la salud pública”.

El experto sueco afincado en Estados Unidos recuerda que, “a falta de una vacuna, esta no es una enfermedad que podamos suprimir y eliminar, de manera que hay que adaptarse y evitar sus consecuencias más letales. Por eso, no hay que insistir tanto en los test o el rastreo, sino que hay que volcarse en volver a la normalidad y, en paralelo, proteger y evitar muertes entre los grupos de riesgo”.

Tomemos el caso de la Comunidad de Madrid. En el mes de septiembre se ha hablado mucho de su situación epidemiológica, pero ¿hasta qué punto hablamos de un escenario imposible de manejar? Los datos muestran que los casos subieron tras el final del verano y el regreso de las vacaciones, pero la tendencia al alza en los positivos se invirtió en torno a mediados de mes y llegó a finales de octubre con niveles similares a los del mes de agosto. La ocupación en los hospitales nunca ha llegado a sobrepasar la capacidad disponible y, en cualquier caso, el gobierno regional tiene listos planes de elasticidad que aumentan drásticamente esa capacidad de la noche a la mañana para evitar un desbordamiento como el que se produjo al comienzo de la pandemia. Puede estimarse, además, que solo el 1,1% de los contagiados ha requerido hospitalización, de modo que la estrategia de proteger a los más vulnerables está funcionando, en la medida en que el mes de septiembre se ha cerrado con casi 100.000 nuevos contagiados diagnosticados, pero poco más de 1.100 ingresados por coronavirus en los hospitales de la Comunidad de Madrid. Es por eso que el debate tiene que ir más allá del mero recuento de positivos, porque lo que verdaderamente importa en una epidemia así es la gravedad de sus casos, la capacidad asistencial del sistema, etc.

El enfoque coste-beneficio

La pandemia ha demostrado que no existe una dicotomía entre salvar vidas y salvar la economía. Hablamos, en realidad, de dos elementos integrales del bienestar que actúan como vasos comunicantes y se refuerzan entre sí. Por eso, no estamos obligados a elegir: podemos tomar decisiones inteligentes y salvaguardar la economía al tiempo que salvamos vidas.

El siguiente gráfico, elaborado por el Financial Times, pone de manifiesto la acertada gestión de países como Alemania, Dinamarca, Finlandia o Noruega, que han logrado minimizar el impacto económico sin que ello suponga un elevado número de decesos. Suecia ha logrado buenos resultados en clave económica, pero sus cifras de mortalidad son mayores porque 5 de cada 6 de sus muertes se produjeron al comienzo de la pandemia, en residencias de ancianos de Estocolmo. El peor escenario posible es el de Francia, Italia y, sobre todo, España y Reino Unido, que sufren la mayor caída de la economía y las peores cifras de mortalidad.

Por tanto, mirando hacia el futuro, es importante asumir que las nuevas olas de contagios son inevitables hasta que no haya una vacuna o un tratamiento efectivo, de modo que es vital poner el foco en aumentar la capacidad asistencial y acotar las medidas de prevención en los grupos de riesgo que sí están más expuestos a la letalidad del covid-19. De esta forma, el coste económico de lidiar con el coronavirus se verá reducido significativamente, permitiendo una adaptación sostenida, inteligente, flexible y dinámica.