A lo largo del último semestre, el uso de mascarillas ha sido generalizado en países como España o Italia. Sin embargo, las estadísticas de fallecidos por coronavirus en ambos países mediterráneos se sitúan entre las más altas del mundo. De igual modo, en países como Alemania, Dinamarca o Finlandia sucede al revés. Aunque el uso de mascarillas es mucho menos habitual, sus cifras de muertes por covid-19 figuran entre las más bajas del globo.
El siguiente gráfico, elaborado por la encuestadora YouGov, muestra que el uso de mascarillas en España e Italia alcanza cotas comprendidas entre el 80% y el 90% de la población. Sin embargo, la adopción generalizada de las mascarillas no se produjo en marzo, punto de máxima propagación de la epidemia, sino que se consolidó entre abril y mayo, precisamente cuando los positivos ya iban a menos. De igual modo, aunque en Alemania nunca llegaron a darse niveles de adopción marcadamente superiores al 60% y aunque Dinamarca o Finlandia se quedaron en cotas del 20% o 40%,
Aunque pueda parecer paradójico que la mortalidad haya sido mayor allí donde se han empleado mascarillas con más intensidad, la causalidad es más bien a la inversa: precisamente porque estos países sufrieron numerosas muertes por covid-19 durante la primera ola de la pandemia, sus ciudadanos acabaron adoptando la mascarilla de manera más intensa. De igual manera, la menor letalidad registrada en Alemania, Dinamarca o Finlandia explica que la urgencia por emplear mascarillas fuese marcadamente menor.
En este sentido, resulta ilustrativo comprobar que Reino Unido se situó inicialmente en la banda baja de adopción de la mascarilla pero, conforme su cifra de fallecidos fue a peor, el uso de la mascarilla también empezó a crecer. Así las cosas, la mascarilla ha llegado después de las muertes, y no antes, de modo que de poco sirve cruzar las cifras de letalidad con las de uso de mascarillas, puesto que no hablamos de una secuencia ordenada y lógica, sino de la reacción, o sobrerreacción, al caos sufrido en los primeros compases de la pandemia.
En esta línea, ¿por qué sufrieron tantas muertes España o Italia? La variable del envejecimiento o la hipótesis del contacto interpersonal intenso ha sido muy comentada, pero ¿cómo explicamos, entonces, los buenos resultados de Grecia o Portugal? En efecto, la clave no puede ser ninguna de estas variables. Y, si como hemos visto, el uso de mascarillas se generalizó en cuanto fue posible, ¿cuál es la clave, máxime cuando el confinamiento decretado en ambas naciones fue tremendamente estricto?
Todo apunta a que los enormes excesos de mortalidad registrados en el primer semestre obedecieron a una combinación de dos factores: un mediocre trabajo de protección de los más vulnerables (en esencia, los mayores que conviven en residencias y, en menor medida, aquellos que viven en hogares familiares con personas de distintas generaciones) y una reacción muy tardía (la toma de medidas y las campañas de concienciación se dieron cuando el número de contagiados era ya demasiado elevado)
La importancia del mercado interno
Según datos de Eurostat, el gasto en importación de mascarillas fabricadas fuera de la UE-27 ascendió a 33 euros por habitante durante el primer semestre de 2020. Este ratio fue mucho más alto en Luxemburgo (121 euros), Bélgica (53 euros), Alemania (53 euros), Francia (51 euros) o Países Bajos (48 euros). En Italia y España, estas importaciones supusieron 29 y 21 euros per cápita, presumiblemente porque el recurso al mercado foráneo fue menor y la producción interna cubrió el grueso de la demanda.
El principal beneficiario fue China, que produjo el 92% de las mascarillas importadas. En el mismo semestre del año anterior, el gigante asiático generó el 62% del total, mientras que Vietnam copó el 8% de la tarta y Reino Unido aportó el 6%. Sin embargo, estos productores han caído al 2% y al 1%, respectivamente, a lo largo de 2020.
Mirando a futuro, es importante que los socios de la UE-27 coordinen una estrategia de respuesta rápida capaz de generar el aprovisionamiento necesario de forma más rápida, certera y económica. La escasez de mascarillas en los primeros compases de la pandemia revela una capacidad de reacción muy lenta por parte de los gobiernos, que fueron incapaces de prevenir la escasez a pesar de los múltiples avisos de la gravedad de la pandemia. A esto hay que sumarle la desnortada decisión de países como España, que optaron por regular los precios y basar su estrategia de aprovisionamiento en la compra en mercados extracomunitarios que tardaron semanas y semanas en entregar las mascarillas. Lo lógico hubiese sido incentivar un mercado interno de producción de mascarillas, apoyándose en el poderío logístico del textil y del sector sanitario del país ibérico. Sin embargo, la falta de imaginación y la insistencia en ignorar el poderío del mercado terminó provocando meses de escasez en el mercado de las mascarillas, animando también el uso de soluciones caseras menos efectivas.
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